Oscura estaba la caverna y con mi linterna, iluminaba las tétricas figuras que formaban las estalactitas. Me había costado mucho llegar hasta allí. Había tenido que reptar por huecos estrechos, como un ofidio. Escalar muros y sortear obstáculos, pero todo había merecido la pena. Desde esa altura, pegado al techo, podía divisar entre la oscuridad y a lo lejos la tenue luz procedente de la entrada. ¡Qué silencio tan embriagador!
De repente esa paz se vio turbada y el cielo se derrumbo sobre mí. ¡Qué espanto! A la vez que tiraba de la manta, mi madre decía ¡A comer! Con el trabajo que me costó ponerla entre la puerta del armario empotrado y los sillones
Toda una aventura, Ángel. Muy bueno y sorprendente el giro final que nos sirve para ver la cueva con ojos de niño, con esa imaginación que nunca hay que perder. Gracias por compartirlo. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Rosa. Esto me anima a continuar.
EliminarMuchas gracias Rosa. Esto me anima a continuar.
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