De pequeño iba a una clínica para controlar el desarrollo de los pies.
Esto tenía dos vertientes, una buena y otra mala. La mala era que, en la
época de estío, salíamos de casa justo después de comer y el sol se
cernía en nuestras coronillas y parecía decirnos “pero ¿a dónde vais,
insensatos?”.
Yo me consolaba con la parte buena, que para mí era un viaje sideral. Descendíamos unas escaleras de granito en el campo espacial de Ventas. Allí abajo había unas garitas donde nos identificaban y nos daban paso a la zona de despegue.
Ahora había que agudizar los conocimientos de astronomía e interpretar la carta de rutas astrales para tener clara la localización del planeta al que íbamos. Con gran estruendo llegó nuestra nave y, abriendo sus puertas, nos invitó a entrar a la tripulación. Mi madre, como oficial de seguridad, entró primero precedida del primer piloto y del comandante de la nave que llevaba un sobre grande, blanco y que ponía “Clínica Scholl”.
Mi sitio era el hueco entre la puerta y la nave desde donde podía ver pasar las estrellas. Al final del viaje una mano con amor me cogía la cara y tiraba de mí para fuera, era la oficial de guardia clausurando el viaje espacial.
Yo me consolaba con la parte buena, que para mí era un viaje sideral. Descendíamos unas escaleras de granito en el campo espacial de Ventas. Allí abajo había unas garitas donde nos identificaban y nos daban paso a la zona de despegue.
Ahora había que agudizar los conocimientos de astronomía e interpretar la carta de rutas astrales para tener clara la localización del planeta al que íbamos. Con gran estruendo llegó nuestra nave y, abriendo sus puertas, nos invitó a entrar a la tripulación. Mi madre, como oficial de seguridad, entró primero precedida del primer piloto y del comandante de la nave que llevaba un sobre grande, blanco y que ponía “Clínica Scholl”.
Mi sitio era el hueco entre la puerta y la nave desde donde podía ver pasar las estrellas. Al final del viaje una mano con amor me cogía la cara y tiraba de mí para fuera, era la oficial de guardia clausurando el viaje espacial.
Tu relato me transporta también a la niñez con el mismo motivo que el tuyo, aunque lo mío no eran los pies sino los dientes. Entonces los dentistas, que así se llamaban, eran el terror de los pequeños. Curiosamente a mi me contaban historias para sentarme en el butacón del señor d e las tenazas y yo si que recuerdo ver las estrellas...!Ayy!
ResponderEliminarJa ja ja y yo también, un abrazo.
EliminarInteligente estrategia para disfrutar de los momentos desgradables de la vida. Me vas a tener que enseñar uno para ir a trabajar, jajaja. Genial relato, Ángel, tanto por lo que cuentas como por el cómo lo cuentas. Un abrazo.
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