Nuestro amigo Yordi había venido a cenar aquella noche a casa. Hacía tiempo que no lo veíamos y su presencia siempre fue gratificante. Poseía el don de la palabra y sus conversaciones siempre llenaban un espacio de interés, donde otros lo hacen de estupideces. Nuestras conversaciones siempre fueron constructivas, llenas de puentes por donde llegar al razonamiento del otro y admitir lo coherente; ¡no había mejor conversador que Yordi!
La cena empezó como siempre: chistes blandos que no hieren a nadie, pensamientos donde el absolutismo de la razón está ausente y por supuesto las bromas típicas del fútbol. Todo se desarrollaba felizmente y según lo previsto. Saboreábamos un buen Napoleón en copa caliente, tal y como le gusta a mi amigo. Ana, mi mujer, encendió el televisor del salón con el ánimo de crear ambiente. Apareció la cara del presentador de la Cinco y las primeras imágenes que mostraban el parlamento de Cataluña. La presidenta acababa de anunciar la República catalana. De repente se hizo un silencio; nos miramos de forma incomprensible y el tiempo se hizo eterno. Se excusó y salió de la casa: desde entonces no he vuelto a saber de él.
felicidades, interesante relato, que me resalta la pregunta sobre si los humanos nos relacionamos como personas o como descripciones de pertenencia.
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