Era ya la madrugada y bajo la luna llena seguían embelesados hablando en un Pub como si se conociesen de toda la vida. Habían pasado veinticuatro horas desde que coincidieron en un viaje organizado por la Sierra de Madrid.
Ella tenía unos ojos verdes que traspasaban el alma cuando miraba. Él, mayor que ella; tenía el encanto de quién no ha perdido la mirada inocente de niño.
En el momento de la despedida pudo más el deseo; el beso destinado a la mejilla acabó juntando sus labios con asombro y agrado para ambos.
El verano terminó en seco, como terminaban sus citas delante de la casa de ella; con un beso lento y profundo. No daba pie a más.
Esta situación le estaba matando. Estaba enamorado.
De vuelta a casa, él notaba sus manos insensibles después de acariciarla. El médico le advirtió que tenía los mismos síntomas de congelación que los alpinistas del Himalaya.
Ella le previno.
- Mi corazón está congelado hace tiempo.- sus ojos se humedecieron.
Él sonriendo acarició su mejilla.
- Recuerda que soy alpinista y tengo la mochila cargada de besos…
El médico seccionó la parte de corazón enamorado y a la luna se le escapó una lágrima.
Hola Santa, Te ha quedado un relato muy poético... y triste. Y mira que le previno. Muy bueno. Un abrazo
ResponderEliminarVoy x la 4 intentona... Triste no Valentina...
ResponderEliminarcuando las cosas no fluyen es señal de que hay que buscar la media naranja en otro lado
Gracias por tus palabras;-)
Voy x la 4 intentona... Triste no Valentina...
ResponderEliminarcuando las cosas no fluyen es señal de que hay que buscar la media naranja en otro lado
Gracias por tus palabras;-)