Vicenta está de los nervios por culpa del caló. Más de cincuenta años en Asturias y su lenguaje sigue salpicado de luces del Sur.
Noviembre está de playa, dijo el lunes, pero el martes, cuando paseaba al señor Spock, se quejó del fresco. Pa que luego algunos nieguen el cambio climático, refunfuña.
Mi hermana y yo crecimos con ella mientras nuestros padres trabajaban. Le insistimos en que se tome los días con tranquilidad. Noviembre es un mes extraño, suelos de hojarasca, sol pijoso, árboles que desnuda el aire, noches cálidas, rocío, las primeras nieves, y cierto desorden de las costumbres. ¡Ahora les ha dado por encender las luces de Navidad un mes antes de Nochebuena!, protesta, aunque tambien los polvorones aparecieron mucho antes, y maliciosa se zampa uno.
Vicenta prefiere los de limón y nosotros lo acompañamos con un chocolate calentito, como ella preparaba. Noviembre es un mes de transición. Un tiempo de resistencia, pero también de ternura. Como Vicenta, una sombra del arce, un murmullo del mar próximo que aquí vio por primera vez, cuando dejó atrás encinares y cigüeñas negras. Cuando descartó que sus cenizas reposaran en el mar, ¡quita niño, que el agua tá mu fría en estos andurriales!, nos dijo que querría volver a uno de esos campos y mezclarse con la tierra, entre las olivas.
Se lo prometemos mientras canta una nana de allí con la que nos dormía al amparo de la Luna o de las nubes.
La pre- navidad… en noviembre… los pre-regalos. Y pocas se fijan en el baile de colores de las hojas al caer. Están de pre-consumo y viendo los comentarios en tik tok. Un abrazo
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