He vuelto al Balneario de Cestona 61 años después. Mi abuela tomaba las aguas allí y ese año me llevó.
Ya no queda nada de aquel niño
que correteaba por el complejo.
El edificio sigue igual.
Anclado junto al río Irola y envuelto en un ambiente decimonónico.
Pasillos interminables de
madera con una alfombra estrecha en el centro que me recordaban a la película
de El resplandor.
El crujido de la madera se
transmitía por mi columna vertebral y me erizaba el vello.
Me habían informado de que
estaba casi lleno, pero yo no veía a nadie.
Me dirigí al salón de baile.
Recordaba perfectamente donde estaba. Y al abrir la puerta me quedé
maravillado. El espacio imponente. Sin embargo, estaba vacío.
Al mirar los espejos
verticales de las paredes me quedé espantado. Había mucha gente bailando, dando
vueltas sobre sí. Sonaba un vals. Empecé a girar vertiginosamente y caí de espaldas.
Al abrir los ojos, varias
personas se inclinaban sobre mí.
Todo parecía normal. Sonaba
“Despacito” de Fonsi. La gente bailaba alegremente.
Me senté. Y al mirar otra vez
al espejo, vi a una señora con un traje de principios del siglo XX que me
sonreía.
¿Era mi Abuela?
Muy cinematográfica tu historia Epífisis. Juegas con lo real y lo imaginario y consigues transmitirnos ese ambiente misterioso y ambiguo. Y como dices tú, recuerda a la peli de El resplandor.
ResponderEliminarTu relato está sacado del libro de El Resplandor. Falta que tú, de niño, escuchases voces dentro de tu cabeza, porque lo demás, el baile, los pasillos, los salones, están ahí, tal cual se describen en el libro. Cuidado con esos recuerdos, haber si vas a regurgitar una peli de miedo, jejeje. Feliz verano, Epífisis.
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