“Tienes
nombre de viaje”, le dijo Goyo, un socorrista de las playas de ceniza, cuando
ella le agradeció el consejo que le había permitido vencer al mar. No se
resistió a la corriente. Nadó en paralelo y consiguió volver a la playa aprovechando el empuje de las olas.
Cuando
Anabela consiguió al fin tender su fatiga en la arena, pensó que había nacido
de nuevo. Luego, al fin serena, buscó al muchacho de bronce y agradeció la
enseñanza con un beso en las mejillas. ¡Vamos, velerito, navega¡, exclamó él.
Anabela
emprendió otros viajes. Con un nido de golondrinas, imaginándose cualquiera de
aquellos polluelos que al fin echaban a volar. Viajó con Julio, un buen y fiel
amigo, a veces en globo o en la grupa de un elefante, a bordo de un bergantín o
en diligencia, dando la vuelta al mundo en apenas tres meses.
Viajó con don
Pio, Alfonsina, Federico y sus versos de la lluvia o con algún príncipe
anarquista en la cuesta de los libreros con nombre de ministro de instrucción.
Ahora ya no
puede viajar y Goyo trae la historia de un hombre que planta árboles. Anabela
le da las gracias, con una voz renqueante, la única libertad que le queda.
Goyo le pide
que siga nadando como aquel día mientras le promete que le escribirá un cuento
titulado Adela.
Que bonito cuento Julián. Está lleno de ternura, sensibilidad y un precioso homenaje a la literatura acabando con un guiño también a este blog en la promesa de hacer un cuento con su nombre.
ResponderEliminarEste blog es ya un cuento de cuentos estupendos como el tuyo.
Buen consejo: con el mar no te puedes medir, así que más te vale conocerle y seguirle la corriente, nunca mejor dicho. ¡Qué bonito, Julián! Feliz verano.
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