Alicia paseaba
sin rumbo cuando un sobre blanco, en el suelo, llamó su atención. Lo recogió y
observó que, aunque estaba cerrado, no llevaba remitente ni destinatario. Lo
abrió y lo leyó:
“Me asalta, de
repente y sin aviso, una tristeza que
presiento que es una polizona que se esconde furtiva y sale de su guarida,
recordándome lo que convenientemente permanece en el olvido. Días de risas
compartidas en un afán de olvidar las malas rachas, las afrentas de la vida.
Consuelos reparadores mutuos. Intereses comunes, teatro, literatura, arte,
Tantos años,
tantas vivencias que ahora se han derrumbado como un castillo de naipes. Están
ahí, pero desparramados sin sentido. Ojalá el olvido se lleve lo que atacó ese
castillo como una enfermedad autoinmune. Los malentendidos, las palabras
hirientes, el desencanto silencioso que trazó esa línea torcida que fue
separando nuestros caminos. Quizás siempre fueron dos, pero vivíamos ajenas a
ello y creíamos transitar por el mismo.
Tal vez el recuerdo, como un mágico
arquitecto, construya un sendero de baldosas amarillas que nos lleve hasta el
mago y nos devuelva lo que la bruja malvada con malas artes nos robó, nuestra
amistad.”
¡Guau!, pensó
Alicia cuando terminó la lectura. Y se sintió, de alguna forma, confidente
accidental de un mensaje abrumador y triste pero que parecía sincero y que
quizá nunca llegó a su destino.
¿Quiénes eran
la remitente y la destinataria?, ¿qué pasó entre ellas? Aunque quedaba
explicado en la carta Alicia querría saber más detalles. También le asaltó una
reflexión sobre el olvido y la memoria: ¿cómo sería poder accionarlos con un
interruptor?: apagar el olvido y encender la memoria o viceversa.
Encontrarse una carta así tiene que dar como un toque de responsabilidad importante para que el mensaje llegue a su destino. Una lástima que vaya sin remitente ni destinataria, aunque no será muy difícil dar con algún par de personas a quienes encaje el mensaje, es tan habitual que se separen los caminos... Muy bonito relato, Gema.
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