Otra noche igual, sin ser capaz apenas de parpadear más de lo imprescindible. Nunca lo diré en alto si alguien me puede escuchar, pero incluso un tipo como yo necesita algo de luna para dormir al raso en la frontera de lo salvaje.
No soy capaz de
mover las piernas, dormidas ya de aguantar la postura. Me da pánico el ruido de
su roce con las ramas secas, los Sioux son de oído fino y quizás no anden
lejos.
En estas noches
oscuras mis oídos no descansan, y mis manos, tampoco: la izquierda siempre apoyada
en el revólver, todos saben que soy el zurdo más rápido; la derecha, agarra con
firmeza las riendas de Miss Copper para notar enseguida cualquier movimiento
que me indique que debo montar. ¡Chica lista esta yegüa que aprendió a dormir
de pie!
Cuando amanezca
volveré a ser el cowboy duro y solitario que abre de un golpe y con orgullo las
puertas del saloon. Pero hasta entonces, presiento una noche muy larga. Ya se
sabe, al oeste siempre tarda más en salir el sol.
¡Qué bueno, Alicia! Tu insomnio ha dado sus frutos, ya lo creo. Te ha subido encima de una yegua para enfrentarte a los sioux. No vuelvas a tomar café después de comer, por si acaso pierdes la batalla, jejeje. Un abrazo.
ResponderEliminarMuy bueno. Una perfecta descripción del salvaje oeste pero humanizado por ese miedo que imprimes a ese duro cowboy.
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