En 1914 una mujer conocida en Estados Unidos y Europa sufre un accidente interpretando a Tosca. Cuando salta al vacío al final de la obra; tiene una grave rotura en su pierna derecha.
Un año después pierde la pierna. Comienza la Primera Guerra Mundial. Ella la dura rehabilitación. Tiene cincuenta y ocho años, un hijo de veintiuno y un amante.
No hay tiempo para sentarse. Los hombres mueren de verdad en las trincheras y el dolor es la peor de todas las epidemias que se esparcen por Europa. Decide hacer la guerra por su cuenta.
Organiza giras con su compañía por toda Francia. Freda, Las mujeres sabias, La dama de las camelias, Macbeth... Las tropas nunca olvidarán a esa mujer, que sentada en movimiento y proyectando con su voz su alma; daba sentido y esperanza donde habitaba la sinrazón y la locura.
En 1923 deja su aliento lleno paz encima del escenario, feliz con su pierna de madera, con tiempo aún para despedirse de su hijo Maurice.
Le faltó esa palabra, ese gesto de amor que nunca había tenido de su madre... y conocer a su padre. Le faltó quizás, el príncipe de Linge que eligió seguir en la nobleza y olvidar a Maurice; el fruto del amor de Sarah.
En la tumba de Sarah Bernhardt lucen flores, las del cariño de los franceses; canta un mirlo y los piratas con pata de palo esconden las lágrimas con una máscara.
Cuanta determinación y emotividad, Santa. Me ha gustado mucho leerte.
ResponderEliminarPisando fuerte y, si hace falta, con la pata de palo ;)
ResponderEliminarMuchas Gracias Amaragua... Aquí hay tanto que aprender .... Bs
ResponderEliminarAlgunas personas dejan una huella imborrable... por donde pasan... Bs
ResponderEliminarUn huella imborrable, y que debe seguir siéndolo, claro que sí. Gracias por recordárnosla. Un abrazo.
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