En la escuela de piratas y bucaneros, situada en la República de Liberia, se enseñaba todas las materias necesarias para pasar el examen y enrolarse en un navío, con el fin de hacer las prácticas y obtener el diploma correspondiente.
Las cuatro reglas más importantes para obtener tan deseado título eran: tener una pata de palo o un garfio en una de las manos, un ojo de vidrio y, sobre todo, cara de malo. Aquellos que fueran capaces de llegar a tener esas hermosas cualidades acompañarían en su primer viaje de prácticas al capitán Garfio.
Yo era joven, pero apasionado con mi sueño de llegar a ser incluso un bucanero, mucho más peligroso que un pirata, al agregarse la cualidad de falta de escrúpulos. Pasé las dolorosas pruebas de hacerme con un ojo de vidrio y una pata de palo sin problema, pero el profesor Drake, me aconsejó dejara la carrera que tanto me ilusionaba, porque, según él, jamás conseguiría quitarme esa cara de bonachón, que me hacía perder toda fiereza posible.
Así que, siguiendo las recomendaciones de mi enseñante me metí a banquero y le empecé a coger gusto. Más tarde la política fue mi pasión y a pesar de mi ojo de vidrio no se me escapaba una. Ahora comprendo por qué todo el mundo me hablaba tan bien de esta carrera con sus múltiples salidas.
Vaya trasfondo de realidad fea en un relato tan divertido. Aún mantengo la sonrisilla que me ha provocado. Un beso, Antonio.
ResponderEliminarjaja, todo perfecto para los oficios elegidos, falta de escrúpulos y cara de bonachón, para dar el pego
ResponderEliminarEfectivamente, das el pego, como dice Alicia. Eres un abismo de sorpresas, Antonio. Un abrazo.
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