Entre las cosas que me dejó mamá,
encontré una bicicleta. Papá me miró con preocupación cuando le pedí que la
arreglara, como si le hubiera vuelto a pedir que me cazara un rayo, o tener un
tiburón blanco de mascota. Resignado a otra de mis terribles rabietas, sin
preguntar más y con infinita paciencia, apretó la cadena, tensó los frenos,
ajustó el manillar y cambió el sillín por una confortable y mullida esponja. Yo
sabía cómo se manejaba. Había visto a la gente, pegada al suelo, pedaleando montaña
arriba, montaña abajo, con el sol y sus risas de fondo, pero aquí nada de eso era
necesario. Desde que superé el hecho de no ser humana, como mi madre, empecé a
valorar y disfrutar de las ventajas del océano. Agarré la bicicleta y me subí a
la corriente del golfo, rumbo a Islandia. Todos me miraban con expectación y
envidia, como siempre, deseando lo que sólo yo puedo tener. Pero ya todos lo saben:
por algo soy la hija de Poseidón, por algo soy su sirena favorita.
Blog para enfermos, familiares, voluntarios y miembros de AdEla. El jurado valorará la historia, contenido, imaginación y creatividad y NO tendrá en cuenta la puntuación, ortografía ni formato, pues sabe las dificultades de algunos de vosotros para escribir. También puedes comentar microrrelatos ajenos con respeto y crítica positiva. Lee los microrrelatos publicados para que te anime a empezar. ¡Suerte!
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Delicioso
ResponderEliminarEstupenda herencia! Y bravo por ella que, aún siendo sirena, no se resigna a no disfrutar del placer de recorrer mares en bici.
ResponderEliminarMuy chulo, Rosa