A
veces las palabras se resisten a convertirse en tinta. Por pereza o por la
confusión de no encontrar su camino. Como pajarillos cuando aletean antes de
emprender su primer vuelo, así se agitan las palabras como zascandiles en la
trastienda donde todo iluso guarda sus utopías. Entonces, el ingenuo apela a la
música y le socorren adagiettos y andantes. Las palabras, como ratones, acuden
a su llamada de Hamelin y al fin se escriben, construyen puentes, cosechan con
la paciencia del silencio que viste toda espera.
Pero
a Gabriel, aquella tarde, Youtube le dejó colgado. En la casa de sus abuelos no
había internet. Todo un desastre. Sin embargo las palabras, aunque mustias y
replegadas en las orillas de su propia soledad, se rebelaron. Comenzaron a
azotar las manos escribientes que abrieron los cajones de los armarios, de una
cómoda, de una alacena. Gabriel no sabía qué buscaban. Hasta que en el trastero
sonrió ante un viejísimo arcón de castaño. Allí dentro seguían. Un radio casete
y en la caja que le servía de cobijo, pilas nuevas y dos cintas: la quinta
sinfonía de Mahler y el Canon de Pachelbel.
Y las
palabras se hicieron voces, estaba solo y no le avergonzaba cantar su alegría.
Luego, las palabras se hicieron tinta.
Muy bueno, Julián. Como para no inspirarse con la música de una cinta de cassette... Aunque reconocerlo delate un poquito nuestra edad ;)
ResponderEliminarjajaja...pero ¿la edad de quién? La música no entiende de calendarios y reúne a jóvenes, a sus ascendientes o los trae de vuelta por un momento si es que ya no están...
ResponderEliminarNo, por supuesto que la música no entiende de edades, me refería al cassette... Tú dale a un jovencito una cinta de cassette, a ver si sabe que hacer con ella, jaja
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