A veces Cristina se tumba en el suelo, su planeta particular, y ve en los techos de su casa estrellitas, planetas pecosos o que bailan el aro, continentes de colores, océanos sin pintar y hasta cascadas tan verosímiles que se pone su chubasquero. A ella le encanta el Mapamundi que dibujó papá y viaja sin casco de astronauta, a bordo de un globo pequeño. Saluda a las nubes dibujadas, a la Luna y al niño que la habita. Saluda a Hipólito, su compañero de viaje. Es un pajarillo con el pecho de mandarina. El nombre se lo ha puesto Simón, un señor que arregla paraguas y abuelo de Sergio y Anabelle, sus mejores amigos, aunque tiene más. Es la suerte de la infancia. Quieren subir hasta el dibujo de los árboles donde ven a un orangután y preguntarle si fue un hombre que seconvirtió en un mono grande. Les parece un chiste, pero papá, que es veterinario y sabe lo que no está escrito de todos los animales, les contó esa historia. Cristina piensa que, si todos los chiquillos no tienen techos como los suyos, mejor sería hacer como el orangután y convertirse en la mariposa Venus o en un caracol.
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