Balú se acomodó en el Oeste. Su garganta blanca parecía impecable.
Perezoso, como una pizarra clara, había preferido colgarse de la rama
del arbolillo que decoraba la pared frente al ventanal. Bajo éste, sobre
los juncos entre verdes y amarillos de una charca pintados en la pared,
vibraba la Libélula con colores metálicos; azules, negros, bermellones.
En el Este se había sentado un gato amarillo con rayas negras. Un
hipopótamo ocupaba casi todo el Sur, un gordinflón con una sonrisa
cómica y bondadosa. Al Norte ,sobre su cabeza, Daniela vería un cielo
acrílico tachonado de puntitos fluorescentes y entre ellos, algo
parecido a un planeta enano y la Luna en cuarto menguante. El Sol
aparecía dormido, sin el color del fuego. Al Sur, un conejito blanco
acompañado del mapache y su antifaz.
Al acabar el cuento, Nieves recordó la cuna de su hija y confiaba en que en el mar, cuando la recibiera, se vistiesen de forma semejante sus estrellas y corales, sus peces, las langostas, los delfines y el mismismo tiburón ballena. Incluso el lecho del océano y las corrientes se vestirían con las estaciones y la llevarían de color en color mientras la niña los guardaba en sus acuarelas.
Al acabar el cuento, Nieves recordó la cuna de su hija y confiaba en que en el mar, cuando la recibiera, se vistiesen de forma semejante sus estrellas y corales, sus peces, las langostas, los delfines y el mismismo tiburón ballena. Incluso el lecho del océano y las corrientes se vestirían con las estaciones y la llevarían de color en color mientras la niña los guardaba en sus acuarelas.
Toda una paleta de color, vívidos y emotivos. Qué bien tenerte por aquí, Julián, a ti y a tus cuentos tan visuales.
ResponderEliminarTu cuento es tan emotivo como colorido. Me ha encantado leerlo. Gracias.
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