Quise huir de la tristeza, que como
remolinos ciegos me arrastraban hasta un cielo de azules violentos, pero
sembrado de estrellas tan brillantes que, en su resplandor, veía reflejada mi
fortaleza. Seguía contemplando el firmamento. La estela que dejaba algún cometa
se me antojaba como la huella del recuerdo que seguía martilleando en mi cabeza
y, aunque me escondiera, los pensamientos negros se elevaban como un ondulante
ciprés hacia el terrible cielo nocturno. Llegué al pueblo, sudando mis penas
por las infinitas montañas, en aquella tormentosa noche; me guio la alta torre
de la iglesia hacia la puerta de mi casa, que seguía abierta. Entré y lo
abracé, su calidez me hizo sentir bien: hablamos, reímos, lloramos; se derritió
el hielo adosado a mi cuerpo durante tantos años con el calor fraternal y
luminoso de la chimenea. Algo me decía que la tormenta de hielo y fuego se
pasaría…
Noche estrellada. Vicent Van Gogh
A veces una imagen nos muestra cómo nos sentimos. Al mirarla, sentimos un rebullir emocional inquieto y persistente, y traducirla a palabras, es tan difícil como necesario. Así que, gracias por el esfuerzo y la maestría que llevas a cabo en este microrrelato. Un abrazo, Valentina.
ResponderEliminarCon tus palabras he sentido esa noche extraña y larga; ahora toca el amanecer... Esperamos tus palabras limpias y claras como esas primeras luces del sol.
ResponderEliminarUn abrazo
Tus relatos, querida amiga están llenos de sensibilidad y color como el cuadro que has elegido.El negro, sin ser feo, digamos es uno de los colores mas desafortunados que tenemos, en especial aquellos que no pueden ver los colores. En tu caso es bueno te guíes por el brillo de las estrellas de tu historia, y sigue deleitándonos con tan bellos relatos. Un fuertísimo abrazo
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