Mateo era un hombre excéntrico, un amigo especial de la infancia. Ese niño raro, que me sacaba de la rutina para imaginar castillos donde sólo había muros derruidos en lo alto del monte.
Hacía años que no lo veía, y se presentó sin anunciar un soleado día de verano. Yo estaba recluida en la antigua casa familiar, en el pueblo donde nací y donde nos conocimos. Mis mejores recuerdos lo habitaban aquellos juegos alrededor de la isla misteriosa, que localizamos en un paraje pedregoso, casi lunar.
Sus ojos traían profundidades abismales, y de ahí rescató la magia y la cándida adolescencia. Llegó con traje de época y aparcó el globo aerostático en la puerta, como si fuera una carroza tirada por magníficos caballos. Se formó un gran alboroto, todo el pueblo contemplaba atónito el espectáculo.
Me sentí fascinada por su atolondrada puesta en escena. Yo también venía de otras profundidades, y Mateo me rescataba de nuevo. Me vestí con el traje Mª Antonieta y, antes de que rodaran cabezas, volamos hacia la isla de nuestros sueños.
Que necesarios son los amigos como Mateo....
ResponderEliminarEnhorabuena Valentina. Bs
Lo bueno d e la fantasía es que nos puede transportar a cualquier época, estado o situación, sin necesidad de solicitar permiso. Ya te veo entrando por la puerta grande de esa fantasía que te llevará a ser una buena escritora. Un abrazo
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