No podía salir pero me vestí de rojo para recibir a la primavera. Recordé las verdes praderas salpicadas de amapolas, violetas, margaritas... Yo, una más. El sol inundaba toda la estancia añadiendo color a mis mejillas, todavía pálidas. De repente las ventanas se abrieron dejando entrar a pájaros que atronaban con sus cantos, mariposas de mil colores...; el amigo viento sacudió los libros y salieron todo tipo de personajes fantásticos. Un cuadro se ladeó y cayó el robusto roble, saltaron los corzos, volaron insectos.... Una flor se colocó encima del televisor, desplomándose en la pantalla, y abriendo sus pétalos en un guiño de complicidad; el conejo que había colonizado el salón buscó su madriguera, con sus crías que olisqueaban todo. El caudal del río parecía sortear todos los escollos y, lo que decidía que no era importante, lo sumergía. Los rayos del sol transformaban el lugar en una feria de colores.
Cuando llegó mi madre despertó a mi hermana que, confundida, recogió los libros, folios, cuadros..., y cerró la ventana.
El conejo, asustado, se metió debajo de la cama y se acercó la patita a la boca señalando que no dijera nada. Y siguió la fiesta de la primavera..., paralela a la caótica discusión familiar.
Hola, Valentina.
ResponderEliminarLeerte siempre es un relajo y al final logras sacarme una sonrisa. Muchas gracias como siempre por tu bonito relato.
VALENTINA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
ResponderEliminarBESOS
Me encanta el rojo mágico de la amapola cómplice del conejo. ¡Enhorabuena Valentina!
ResponderEliminarUn beso,
Belén
Valentina en la habitación de las maravillas... Jejeje Cómo he flipado con tu relato!
ResponderEliminarUn abrazo desde Campillo de Ranas