Era una jovencita gris, asfixiada por la viscosidad de los exámenes, las obligaciones y las frustraciones. Se limitaba a llegar al día siguiente. Comía, bebía, estudiaba, dormía y no pensaba, como casi todo el mundo.
Un día, al salir de clase más derrotada que con nuevos conocimientos, le dio por leer el tablón de anuncios de la Facultad, aunque no esperara las calificaciones de ningún examen. Había avisos de compra-venta de libros y un cartel de un club de montaña que impartía cursos de escalada. La reacción fue fulminante, el caparazón de grisura saltó en mil pedazos y no dudó en llamar.
Cuando se vio encaramada por primera vez en una pared de roca, soltó el lastre que la mantenía sumergida en la viscosidad asesina, se llenó los pulmones de aire y conservó para siempre la luz, la libertad, la curiosidad y el agradecimiento al cambio de vida proporcionado por el cartel que leyó en plena derrota.
A veces, para cambiar de actitud o de sentimientos, hay que cambiar de actividad, hacer que el cuerpo adopte otras posturas, conocer nueva gente, respirar otro aires... Qué bien me hace leerte, Belén.
ResponderEliminarQue importante que en el momento justo encuentres algo, la chispa, que te salva la vida, la forma de mirar el mundo. Nos creemos que somos grises y lo que es gris es lo que nos rodea y que podemos cambiarlo. Gracias Belén por tu estupendo relato. Abrazos
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