Lucía estaba sentada en el porche, totalmente absorta en la lectura de una novela de misterio. En el mismo momento que llegó al desenlace de la historia, anocheció de pronto. La tormenta llegó sin avisar.
Entró en la casa, cerró la puerta y todas las ventanas. Esa noche estaba sola y un poco inquieta por la lectura. No ayudaban los rayos iluminando el cielo y el continuo estruendo de los truenos.
Al irse a la cama, se fue la luz. La vela encendida sobre la mesilla solo reflejaba largas sombras de los enigmas de su libro: un sombrero en la pared, una mano en el espejo, una figura tras la puerta. Iba encogiéndose bajo las sábanas.
Cuando empezaba a tranquilizarse, tras el paso de la tormenta, escuchó un ligero ruido dentro del armario, pero se dijo a sí misma, que solo estaba en su cabeza. Volvió a escucharlo de nuevo y también oyó llorar un niño. ¡No puede ser, estoy alucinando!
Temblorosa y muy asustada se dirigió hacia el armario, cuando escuchó de nuevo el sonido producido desde dentro. Abrió sin pensarlo más y suspiró de alivio, el gato escondido había decidido salir.
Me alegro de no haber estado en el pellejo de Lucía. Yo no se si habría sido tan valiente... Lo mismo aún estaba bajo las sábanas.
ResponderEliminarMuy chulo
Totalmente de acuerdo con Alicia, me hubiera puesto a temblar y hasta el gato se habría partido de risa. Un placer leerte, Cipri.
ResponderEliminar¡Cuanto miedo el de Lucía y cuantas ganas de salir las del gato! Me ha encantado tu relato, Cipri.
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