Hace más de 20 años, desilusionado del cruel mundo que me rodeaba, me senté en mi confortable sillón, estiré las piernas, tomé el mando a distancia y encendí la televisión del salón, que acababa de comprar. Desde entonces apenas me he levantado de ese sillón, salvo para las necesidades biológicas, y no tengo contacto con el exterior: mi butaca y el aparato son mi “hábitat”. No tengo amigos, ni veo a vecinos o recibo visitas, salvo una señora que me trae cuanto necesito a casa y que nos comunicamos por notas.
No debo reflexionar sobre nada, porque todo está explicado y así siento que la vida es una simple sucesión de imágenes que rápidamente olvido. Ignoro si los acontecimientos en el exterior son tales como reflejan las noticias de los informativos, pero, si así fueran, me alegro de haber elegido esta forma de existir, sobre todo, cuando ayer vi que una especie de ""vendedor de mantas"", aparentemente peligroso, fue elegido Presidente nada menos que de los Estados Unidos de América.
¡Nada, que me quedo donde estoy!
Tan solo lamento el culo y la tripa que estoy echando, pero ¿a quién le importa realmente?
Jo, Antonio, pues menudo panorama pintas!!
ResponderEliminarMás de una vez he pensado en esa salida, aunque despues de reflexionar un rato, siempre me he decidido por un buen fuego.
ResponderEliminarClaro que sí, siempre hay que optar por vivir la vida real, sea cual sea la situación, pero la entrada en escena del "vendedor de mantas", me animaba a tener que elegir entre una situación mala y otra peor. Un abrazo
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