Disfrutó esa ilusión humana que se cuelga de los bolígrafos y compone
héroes y fantasías en el papel. Cuando leía, sus dedos guiaban las
palabras desde sus ojos a la boca y al llegar al margen derecho no se
despeñaban sino que seguían, un renglón más abajo, el curso de sus olas
que llamó pavadas.
El hada de los ríos se disfrazó de años. Dejó sus fuentes al cuidado de la princesa del agua. Confundió su pelo con una ligera y corta capa de nieve, se dotó de un cayado y encogió un tanto. Disfrazada de viejita se sentó entre nosotros una niña de ochenta y dos años. Y nos regaló su nombre. Ha vuelto al paraíso del mirlo acuático y allí espera, sin prisa, a todos los hijos del agua.
Gracias por presentarnos a Noemí y hacer posible que vivamos este sueño tan fantástico.
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