Era un viernes, tenía 60 años, cuando me topé con mi profesora de francés dirigiéndose al ascensor. Me quedé sorprendido por su invitación a tomar un café. Bajamos a la cafetería y ella me empezó a preguntar con discreción sobre mi esposa fallecida.
Me satisfizo tanto poder contar con alguien que parecía entender lo que yo sentía en el interior, y me hizo mucha ilusión el poder reencontrarme con ella el lunes y poder invitarla esta vez yo a tomar un café. Por primera vez sentí que esa persona entraría en mi alma y en mi vida y que durante muchos años me trajo la paz y la felicidad que yo tanto necesitaba. Hoy lloro su pérdida mientras vivo el vacío que su ausencia me produce desde que falleció el año pasado.
Conquistando a mi alma, esa mujer me devolvió la vida y la esperanza, y su nombre era Renée. Teniendo casi 97 años, sigo con la esperanza de que algún día no muy lejano pueda reencontrarme con ella.
Hola, Asdrubal.
ResponderEliminarAquel que ha tenido la suerte de amar y convivir con varios amores, parece como si la última es la que más huella ha dejado y eso parece pasarle al protagonista de esta entrañable historia. Un abrazo
Una historia intimista que desborda sentimiento y mucho amor. No es fácil encontrar un amor tan especial como el que se intuye en tu relato. Feliz año. Es un placer leerte.
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