Regresaba a su casa en el autobús, que a esa hora iba atestado de gente, como siempre, así que le tocó ir de pie sujetándose bien a la barra superior.
De pronto, un impulso irresistible le lanzó con toda la fuerza del universo hacia delante. Tensó toda su musculatura, a la vez que se agarraba con las dos manos a la rama de arriba y, extendiendo su larga cola de gibón ágil de montaña, lo aprovechó para alcanzar el árbol de enfrente, escapando de la embestida de lo que parecía un leopardo, al que intuyó por el aliento que emanaba de su boca abierta de par en par, preparada para morderle limpiamente el cuello, matarlo y llevárselo a su guarida donde seguro le esperaba un cachorro hambriento.
Pestañeó varias veces, notó el suelo bajo sus pies, recuperó el equilibrio y, sin un rasguño, se encontró al lado del chófer del autobús que vociferaba al conductor de un Audi amarillo, al que pudo esquivar gracias a aquel frenazo tan brutal.
Ese micro es exactamente igual al que tuve un día que iba un poco bebido. ja, ja
ResponderEliminar!Buena inventiva!
Buenísimo, Belén. Creo que alguna vez me pasó algo parecido... y lo peor es que no iba bebida como Antonio, jeje. Besos
ResponderEliminarQué divertido, Belén, y casi diría yo onírico, porque eso forma parte de muchos de mis sueños, jajaja.
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