La gente formando elipses concéntricas alrededor de los operarios. En primera fila, los rostros más demacrados, los silencios más penetrantes, los cuerpos abrazados… Detrás, caras serias; miradas que observan la primera fila o se enfocan en el suelo, manos que agarran a su contraria por la muñeca, brazos cruzados... Algún susurro.
Resbala la caja sobre las cuerdas. Tras la caja, las flores y la corona: “Tu familia no te olvida”.
De esto hace ya una semana y hoy Claudia ha ido a la casa temprano. Ella sola. Así lo ha querido. Desayunó allí un Colacao con pan frito y eso la hizo llorar. Pasó el día entre cajones y fotos, entre sonrisas y lágrimas, envuelta en sus pensamientos. Por pura necesidad, entró al baño a buscar su perfume. Recordó días dulces y alguno amargo, las veces que ella la abrazó y las que no la comprendió. Revisó su vida; lo que era, lo era por ella, para lo bueno y para lo malo. Nadie es perfecto, ni siquiera una madre.
Anocheció y, ya en pijama, se metió en la cama de matrimonio. Mañana llegarían Pedro y Merce para vaciar los armarios. Claudia cerró los ojos y, casi cuarenta años después, volvió a dormir abrazada a su cuerpo.
¡Qué bello relato, Alicia! Sin explicar, solo contando, como me gusta a mí. Hay que respetar al lector, y lo haces de maravilla. Gracias por ello. Un abrazo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Alicia como describes todo el proceso, desde el entierro hasta ese primer día después, los recuerdos, los objetos impregnados aún de presencia.
ResponderEliminarMuy real y muy emotivo.