Ahí estaban, los había alcanzado pese a que los años y la barriga le ardían en la garganta después de la carrera. El brazo izquierdo sujetando su cuerpo agotado en un árbol, el derecho, apoyado sobre la estaca que cogió del puesto antes de salir tras ellos, la de deslomar espaldas de mangantes. ¡Qué cabrones! Lo que corrían… Pero él no se rendía, no sabían quién era Paco “el TestaMula”, no se había ganado el mote sin motivos y, cuando ellos pensaban que le habían dado esquinazo, ahí estaba él, tomando aliento a su espalda. Cuando el pecho le dejó de bombear, apretó con fuerza el palo y se acercó despacio, con él en alto. Ahora los veía bien, los tenía a mano. Ellos estaban tan distraídos que no se enteraban. ¡Cómo estaban disfrutando los bribones! Sin pretenderlo, se le aflojaron los músculos del brazo, se le relajó la mandíbula y, arrastrando el palo, dio media vuelta y volvió hacia el puesto de la plaza. Total, nadie pondría en duda que, aunque los canallas ya no tenían la mercancía cuando los cogió, no se habían ido de rositas. Con Paco no se juega, eso bien lo sabía todo el mundo.