Frente al espejo sintió su
derrota. Observó su cara de patata vieja, sus ojos de sapo bizco, su gesto
feroz, y lloró la terrible e inconsolable pena de sí mismo. Entonces la joven
pasó a su lado, el bolso al hombro, su perfume dulzón, su áspero ¡adiós, bicho!,
y el portazo de punto y final. Dos semanas antes, hambriento, la secuestró en
el bosque y ella, en vez de gritar y asustarse por su fatal destino, como todas,
inició su monserga: que no me toques con esas pezuñas; que qué sucio y feo estás;
que vaya pelos tan asquerosos; que mira qué seboso. Él, anonadado, escuchaba
sus insultos, mirándose sin entender, un día y otro y otro. Hasta esa mañana
que, a modo de puntilla final, ella le regaló su espejito. Su vida se hizo
añicos. ¿Cómo vivir con esa despreciable conciencia de sí mismo?, ¿cómo remediar
su nueva y terrible condición? No era fácil. Jamás la belleza había formado
parte de la historia de los suyos; jamás un ogro había tenido la necesidad de ser
hermoso.
Entonces vio una coliflor, su
belleza, su perfecto silencio. Y, en un instante de lucidez, decidió que ser
vegetariano era más fácil que ser guapo.
Un ogro guapo sin duda... Aunque hay cada un@ suel@... que rompen moldes y espejos.
ResponderEliminarQue bien has retratado el culto a la belleza o la estupidez humana, que no la hace temer por su propia vida, sino por la falta de belleza en el otro, como lo más horroroso. Desde luego no sé quién es más ogro, pero sí quién más humano, por su capacidad de pensar, su conciencia y la resolución de su autoestima. Todo aderezado con una buena dosis de humor y que nos haga pensar con una sonrisa. Qué grande eres. Un abrazo.
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