El abuelo llevaba mucho tiempo en su observatorio astronómico. Sólo dejaba que subiera yo a llevarle la comida. Sonreía con ojos delirantes que más parecían agujeros negros estelares, chispeantes; miedo me daba acercarme a su campo gravitatorio y perecer bajo su implosión, ser absorbido, desaparecer. El abuelo mascullaba atropellando las palabras, con movimientos enérgicos de todo su cuerpo, lo que desencadenaba serias turbulencias a su alrededor. Repetía una y otra vez que evitaría su atracción y atravesaría un “agujero de gusano”, para salir a otra región del universo, la posibilidad de viajar en el espacio y en el tiempo; por fin, vivir el pasado que se le había arrebatado.
Stephen contempló la carta de su abuela Estrella; el sobre lo encontraron atado con un lazo de su trenza a un meteorito nada común, parte de una especie de estela, que contenía un texto cifrado y un mapa que llevaban años despejando. Observó la pizarra llena de ecuaciones y su mente selectiva captó la solución: “Levanta, abuelo, partimos”, le dijo.
El abuelo apretó la carta entre sus dedos. Simplemente decía: “Querido Diego, estoy en la galaxia de Andrómeda, te envío la forma más segura de llegar. Te añoro, Estrella.”
Bonita historia tejida con un lenguaje técnico impecable. ¿Seguro que no te lo ha dictado Einstein? jejeje. No, claro que no. Tu estilo poético es inconfundible y la belleza de tus palabras inimitable. Un abrazo.
ResponderEliminarJejejj. Gracias, Rosa, aunque casi se me pasa el tiempo de escribirlo. Me gusta mucho la "Historia del tiempo", de Stephen Hawking, porque hace algo más "fácil" temas de muy difícil comprensión (por lo menos para mí), pero muy apasionante. Un fuerte abrazo.
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