La
hiperbrevedad
Este mes
os proponemos otra forma de escribir: el microrrelato hiperbreve. Todos
conocemos el de “El dinosaurio”, de Augusto Monterroso, uno de los precursores
y más famoso, pero no es el único. Hay un buen
número de microrrelatos de una sola línea, o dos, tres a lo sumo. La
característica común a todos ellos, es la
rapidez de la narración, la velocidad que produce sensación de
inmediatez, de relámpago ante los ojos del lector. Son relatos vertiginosos, de
ficción súbita.
Un
ejemplo es el de Miguel Saiz Álvarez:
El globo
Mientras
subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño.
Para que
practiquéis la hiperbrevedad, os dejamos unos consejos de David Lagmanovich, un
erudito en el estudio de la minificción, para escribir microrrelatos
hiperbreves:
“Un título, que se supone significativo y
orientador; un comienzo, generalmente in media res; un desarrollo,
caracterizado por las nociones de concisión, simplicidad sintáctica y
velocidad; y un final, que puede ser conclusivo o abierto.”
Podéis
escribir todos los que queráis, del tema que os apetezca. Sólo tienen que ser
breves, a ser posible, menos de 3 líneas. Es un ejercicio mental increíble y
divertido, ya veréis. Soltad la imaginación y afinad el teclado, las sorpresas
irán apareciendo solas, como por arte de magia. La única advertencia que os hago:
cuidado, son un vicio y cualquier excusa es buena para soltar el microrrelato
de turno.
Aquí
tenéis más ejemplos y si queréis:
Prólogo
bonsái (Augusto Monterroso)
Lo
cierto es que el escritor de brevedades nada
anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos,
largos textos en los que la imaginación no tenga que trabajar.
Carta del enamorado (Juan
José Millás)
Hay
novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50
o la 60. A
algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.
Cruce (Arturo Pérez Reverte)
Cruzaba
la calle cuando comprendió que no le importaba llegar al otro lado.
El hombre invisible (Gabriel Jiménez Emán)
Aquel
hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.
Cuento de horror (Juan José Arreola)
La
mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
La última cena (Ángel García Galiano)
El
conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida.
Después
de la guerra (Alejandro
Jodorowski)
El último ser humano vivo lanzó la última
paletada de tierra sobre el último muerto. En ese instante mismo supo que era
inmortal, porque la muerte sólo existe en la mirada del otro.
Ardiente
(José de la Colina )
¿Quieres soplarme en este ojo? -me dijo
ella-. Algo se me metió en él que me molesta. Le soplé en el ojo y vi su pupila
encenderse como una brasa que acechara entre cenizas.
Misterios
del tiempo (Alejandro
Jodorowski)
Cuando el viajero miró hacia atrás y vio
que el camino estaba intacto, se dio cuenta de que sus huellas no lo seguían,
sino que lo precedían.
Ágrafa
musulmana en papiro de oxyrrinco (Juan
José Arreola)
Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar
hasta el fondo de mí para encontrarte.
Preocupación.
(Orlando Enrique Van
Bredam)
—No se preocupe. Todo saldrá bien —dijo
el Verdugo.
—Eso es lo que me preocupa —respondió el
Condenado a muerte.
El
harén de un tímido.
(René Avilés Fabila)
Como temía decirles que no, opté por
conservar a todas las mujeres que he amado.
Cuento de
horror (Juan
José Arreola)
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy
el lugar de las apariciones.
La hormiga
escritora. (David
Lagmanovich)
Si una hormiga resultara escritora, ¿qué podría
escribir sino minificción?
(Fuente: La
extrema brevedad: microrrelatos de una y dos líneas. David Lagmanovich. Universidad Nacional de Tucumán)
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