Como todas las mañanas, salgo de la habitación a todo correr, pero hoy encuentro una mirada taladrándome que me hace parar en seco. Retrocedo sin perder de vista ese par de ojos y me acerco muy despacio con la cabeza agachada pero adelantada , no vaya a ser violento el dueño de esa expresión y haya que actuar con rapidez.
Estoy a menos de un palmo de esa cara y como no percibo olor alguno, me atrevo a tocarla. Su tacto es tan frío como irreal e intensa la mirada. ¡Parece que esté al otro lado de la realidad!
Me acerco, se acerca; alzo la frente, la alza; me alejo, se aleja; aúllo y responde el silencio. Miro, olfateo y rozo desafiante pero sin respuesta, así que lanzo un sonoro ladrido para que ése que está enfrente sepa que me aburre. Alzo la cabeza y me voy muy ufano por haber resuelto tan bien este encuentro.
Sospecho que el del otro lado se está yendo tan contento y con la cabeza tan alta como yo.