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martes, 1 de agosto de 2023

07. Vacaciones en busca del mástil perdido. Antonio Nieto

    De chaval me encantaba contemplar el mar. Había algo mágico en esas aguas azules o grises, según la época del año, que me atraían como si fueran cantos de sirena. De adolescente, comencé seriamente a considerar ser marino y buscar las playas doradas y las mujeres de los Mares del Sur, descritas por Emilio Salgari.

 

    Recuerdo, con cierta nostalgia, los primeros exámenes de la Escuela Náutica de Deusto de Bilbao. En especial, el examen de gimnasia, que consistía en nadar unos metros en las piscinas de San Ignacio y, sobre todo, trepar sin amarres o seguridad alguna, el mástil enclavado delante de la misma escuela y que sobrepasaba el puente de Deusto. Allí los transeúntes se quedaban observando nuestros torpes movimientos, gateando como monos por los flechastes del palo hasta llegar a la cima del foque, tocarlo y bajar por el lado contrario, como alma que lleva Belcebú.

 

    La primera y última vez que tuve que encaramarme a aquel monstruo de madera noble, lo recuerdo con pavor; mis piernas temblaban a medida que pisaba los flechastes y mi pensamiento era el de:” pero ¿quién me manda a mí meterme en esto?”

 

    Sesenta años más tarde, todavía añoraba aquel recuerdo. Acabamos de volver de Bilbao de unas cortas vacaciones. Buscamos a lo largo de su ría, si quedaba algún vestigio de aquel mástil. Después de mucho preguntar, un viejo de boina negra y garrote, me miró con ojos de sorpresa, y nos indicó donde estaba el famoso palo mayor. Cuando lo encontré fue un momento agridulce. Lo primero, por verlo arrinconado en el patio de una escuela de párvulos, sin la majestuosidad de entonces, pero a la vez contento por recordar la primera vez que mis pantalones se ensuciaron sin yo desearlo.

1 comentario:

  1. La memoria es un viaje, teñido de nostalgia pero a veces también de alegría. Vivimos, hemos vivido y viviremos aunque sea siendo mástil o Ribera en otros ojos. Gracias Antonio, tus palabras prodigan otras.

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